Estamos en 1916. Los soldados llevan meses luchando entre los horrores de la guerra de trincheras, sufriendo ataques a gran escala que dejan miles de muertos para lograr un pequeño avance de apenas unos cientos de metros. Día a día, semana tras semana, la guerra continúa sin ninguna señal de que se acerque a su fin. Sin embargo, la solución está cerca: una nueva arma revolucionaria. Un diablo de la contienda tecnológica que desarrollan los arsenales británicos y que un día se conocerá como el tanque.
Para crear este vehículo blindado, tenían que encontrar la relación entre cuatro inventos tecnológicos. Se trata de los siguientes:
Los historiadores no están seguros de quién fue el primero en inventar las orugas. Algunos creen que se trata del ingeniero francés d’Hermand, que en 1713 introdujo «un nuevo sistema de tracción» que incluía una cadena con rodillos giratorios. Otros creen que el primero en fijar las ruedas de tracción a unas cadenas fue Richard Lovell Edgeworth medio siglo más tarde. Aunque no patentó su invención, el nuevo principio de suspensión nunca cayó en el olvido.
A principios del siglo XVIII, docenas de ingenieros que trabajaban de forma independiente se esforzaron por crear y mejorar distintos diseños de tracción. Mucho antes de la aparición de los primeros blindados, las suspensiones con orugas ya se habían expandido por todo el mundo (por ejemplo, el científico Robert Scott las usó en su viaje por la Antártida).
Durante la Primera Guerra Mundial, se usaron muchos vehículos con orugas. Sus planos se basaban a menudo en vehículos manufacturados y algunos eran bastante raros. Por ejemplo, según ciertos planos, se pretendía equipar el bombardero pesado Ilya Muromets con orugas para que pudiese despegar desde cualquier superficie.
Las orugas desataron el potencial de las ruedas estándar al mejorar su capacidad de avance. Sin embargo, nunca habrían sido tan populares de no ser por el motor de vapor.
Las primeras turbinas de vapor se desarrollaron hace mucho tiempo, en la Edad Media. El escocés James Watt patentó la primera máquina de vapor el el siglo XIX. Aunque tenía una capacidad más bien limitada (10 CV), fue bastante para cambiar el mundo.
Los ingenieros intentaron equipar con motores de vapor ciertos vehículos (incluso militares) además de los trenes de vapor. A mediados del siglo XIX, los camiones de vapor se usaban para el reaprovisionamiento militar. Sin embargo, sus desventajas eran evidentes: consumían mucho y la enorme caldera aumentaba considerablemente el tamaño del vehículo. Los motores de combustión fueron la respuesta que mejoraría la situación, gracias a las mejoras que muchos ingenieros de talento efectuaron en ellos durante más de un siglo.
Mientras tanto, los químicos desarrollaban un combustible adecuado para el nuevo motor. Al principio pretendían usar alcohol de alta graduación o trementina. Sin embargo, el petróleo refinado las remplazó. Pese a que el científico ruso Dmitry Mendeleev tenía dudas sobre el uso del petróleo, este acabo siendo adoptado. Los ingenieros alemanes G. Daimler y W. Maybach desarrollaron el motor a carburador de gasolina; por su parte, Rudolf Diesel se hizo famoso siete años más tarde gracias al desarrollo de un motor de su propio diseño (¿adivináis de cuál se trata?). La era de los motores de vapor llegaba a su fin, mientras que los futuros blindados ya tenían sus «corazones». Sin embargo, para sobrevivir a los peligros de la lucha armada, los carros de combate también necesitaban protegerse de las balas y los proyectiles enemigos.
Los éxitos de la ingeniería del siglo XIX facilitaron el desarrollo de la investigación en metalurgia y la laminación del blindaje para los carros de combate. En 1856, el mecánico ruso Vasily Pyatov estableció la primera planta de laminados para placas de blindaje, inicialmente utilizada para proteger y fortificar la flota. Un año más tarde, el ingeniero militar belga Alexis Brialmont sugirió que se equipase la fortaleza de Amberes con plataformas para torretas blindadas. Y este tipo de torretas sería adoptado por muchos países en el futuro.
Las guerras locales del siglo XIX evidenciaron que las defensas nacionales debían mejorarse constantemente; de lo contrario, un enemigo con un buen blindaje podría burlar la protección de la nación con facilidad. Las placas de cemento armado se convirtieron en un método de defensa popular para reforzar las posiciones defensivas. Entre 1885 y 1887, los ingenieros Gruson y Schumann inventaron la pieza de artillería móvil L/24 Fahrpanzer de 5,3 cm. Los soldados criticaron bastante este «vehículo», ya que no consideraban que esta pieza de artillería autopropulsada y móvil pudiese sustituir un auténtico emplazamiento de cañón.
Sin embargo, los tres inventos previamente mencionados nunca se habrían convertido en un auténtico blindado de no ser por los éxitos de cientos de ingenieros militares.
El acero de alta calidad se volvió popular hace dos siglos, lo que abrió nuevos horizontes a los ingenieros. Se inventaron los cañones estriados, el sistema de retroceso y los sistemas de carga trasera, que mejoraron las capacidades destructivas de los cañones de forma significativa. Las primeras ametralladoras Maxim se hicieron famosas en todo el mundo en 1893. Al principio, los miembros más conservadores del alto mando militar europeo no apreciaron este invento; señalaban su gran consumo de munición y su vulnerabilidad frente al fuego de la artillería. Sin embargo, su elevada cadencia de tiro, de 600 proyectiles por minuto, fue significativa para que acabasen adoptándolo. Los países más influyentes se lanzaron a la construcción de ametralladoras para reforzar las capacidades ofensivas de sus naciones.
Más tarde, se equiparía a los primeros vehículos blindados con ametralladoras e incluso cañones de gran calibre. De nuevo, a los militares de los países más influyentes de la época no les interesaban estos vehículos. Si alguien hubiese inventado los tanques a principios del siglo XX, el proyecto no habría tenido ningún éxito.
Los cuatro inventos que acabamos de mencionar necesitaban un elemento de unión: un incentivo particular para inventar el tanque. Por desgracia, este incentivo aparecería pronto.
La guerra de trincheras promovió el desarrollo de los vehículos de combate. Al atrincherarse, los ejércitos podían mejorar sus defensas de forma significativa. Además, gracias al desarrollo de las ametralladoras, un solo equipo podía impedir el avance de todo un regimiento. «Los batallones atacaban uno tras otro solo para demostrar que un asalto frontal solo suponía una gran cantidad de bajas... y unas cuantas medallas al valor para los supervivientes», dijo un contemporáneo. En 1916, las ametralladoras británicas Vickers disparaban cerca de un millón de proyectiles en una simple batalla, mostrando el poder destructivo de esta mortífera tecnología.
¡La tierra de nadie que se extendía entre las dos fuerzas oponentes era un campo de pesadillas! Resultaba prácticamente imposible atravesar esos paisajes de tierra suelta, marcada por los cráteres de los proyectiles disparados, algunos de los cuales acababan inundados y reforzados por kilómetros de alambre de púas. A los soldados de infantería les costaba mucho cruzar este peligroso terreno sin ayuda. Necesitaban el apoyo de una máquina para romper el punto muerto que suponía la guerra de trincheras. ¡Necesitaban un tanque!
Fuentes:
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¡Haced que la historia cobre vida, comandantes!